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Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo. Se discutió en el aula conciliar durante 1963 y se aprobó por 2137 votos a favor contra 11 en contra el 21 de Noviembre de 1964.
Estuvo muy inspirado en las tendencias del Consejo Ecueménico de las Iglesia, fundado en Ginebra en 1948 y al que en 1965 pertenecían 214 iglesias o grupos religiosos considerados como cristianos.
En tres capítulos y 24 fragmentos o párrafos la Iglesia conciliar renovó sus actitudes teológicas y pastorales. Recordó la firmeza de la doctrina evangélica sobre la Iglesia cristiana y la comunidad de Jesús y resaltó la necesidad de la apertura pastoral, asumiendo la línea del ecumenismo, de modo que no se identifique apertura con tolerancia o falso irenismo doctrinal, pero que se cultiven caminos de acercamiento con sincera actitud de cambio en todo lo que la Iglesia pueda y deba cambiar.
Insiste el decreto en la necesidad de acercamiento a los orientales (ortodoxos) mediante el cultivo de las tradiciones comunes que durante tantos siglos hicieron de Oriente y Occidente una misma comunidad de fe y de amor. Y reclama para los grupos reformados del Occidente una vuelta a la Escritura como mejor camino para facilitar la confluencia en la doctrina, si se clarifica sincero deseo de llegar a la verdad y no sólo a la defensa de la propia opinión doctrinal, lo que acontece con frecuencia.
Siendo el ecumenismo un criterio básico en la formación de los cristianos, el texto se convierte un hermoso manual de consignas prácticas para todos los educadores de la fe, que deben huir por igual del integrismo y del irenismo en las relaciones interconfesionales.
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